Fue un miércoles diferente. En la mañana pensó en sus sueños, y en algunas ansias que se habían ido. Comió sin hambre y escribió sin ganas, no le molestó. Alrededor de las cinco tomó un café para aguantar el tirón que faltaba de tarde porque a esa hora siempre le daba sueño, y de repente y así como así, sintió la sincronía universal.
Pensó en las personas, en las intenciones. En que con paciencia podía dominar el mundo y que sin ella el mundo la dominaría, y sonrió como hacia varios días en que el sol todavía calentaba y le ruborizaba los cachetes.
Las nubes pudieron ser sólo nubes y no estaban hecha de pensamientos como parecía. Así parecía hasta ese día en que pudo sentir la sincronía.
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