sábado, 4 de julio de 2015

Con lo que elijo quedarme.

La sensación de frío en mis manos al tocar la campera de cuero que te ponías arriba de la de algodón con capucha, la espalda al abrazarte, el olor de la tela mezclado con el perfume que yo te regalé para succionarte tranquila por la nariz. Olerte era mi costumbre; no puedo describir como se sentía porque era algo suave, natural...tu piel con leves pinceladas de los frascos, pero te quedaba suave. Me gustabas natural. Con ropa de dormir, con el pelo y la mente descuidadas. Con las horas ilimitadas para mirarte en detalle y amar, besar el costado de tu nariz también se me había hecho costumbre. Mirarte los ojos y pensar que esos mismos quería en mi hija, no sé por qué deliraba con una hija con esos ojos. Y no me creías pero a mi me fascinaba mirarte. Se me iba un poco cuando no me creías o te tapabas, diciéndome que lo decía por ser tu novia, como que te lo dijera tu mamá. No era así, yo no era tu mamá. Cuando nos poníamos de acuerdo asintiendo en silencio para comer ajo los dos, total así no se sentía. Cuando elegíamos llenarnos de comida en exceso y no nos quedaba otra que dormir abrazados y llenos como dos bebés. Cuando no podía dormir sola después de haber dormido con vos, volvía a tu lado y era efecto inmediato me quedaba dormida como un tronco porque sentía que todo estaba bien por fin. Los instantes donde todo dejaba de importar, sólo los dos. Las canciones ajenas que por fin cobraban sentido. La tarde en que hice emocionar a tu abuelo con una canción. El proceso y nacimiento de una amistad eterna con tu hermana más chica. El olor a la estufa a leña, el peso de las 5 colchas inmovilizadoras, las noches de juegos de mesa, la vajilla enlozada, el tomate amarillo, la frescura y delicia del vaso de agua del baño, el miedo del bañito de arriba y los juguetes viejos en el sillón, el pipí con las botas de lluvia gigantes, el cariño familiar por la chivita y el olor a eucalipto del Sur. El atisbo de confianza en la humanidad que casi casi atrapo. La coordinación muda de nuestros cuerpos. Cuando éstos no saciaban de conocerse, sin banderas ni planes, no había pasado ni futuro. El sobre negro de las películas. Los primeros mensajes de texto. Las tardes de rummi y charlas con tu mamá. Las carcajadas cómplices tuyas con mi hermano y las lágrimas que él no pudo contener por quererte mucho y saber que iba a extrañarte. La noche que pegaste tu frente a la mía y sentí como un imán que quería tenerte. La mañana que volví de trabajar y ahí estabas sonriendo y era todo lo que quería ver.
La descompostura estomacal al escribir todo ésto. La negación obligada a la existencia de un sentimiento.
El día en que finalmente te dije adiós.

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