Empiezo a creer en el amor
como una gota.
Que viaja,
recorre
lento, único camino.
Y deja una huella.
Huella que es la misma gota
el agua
que va quedando,
desparramada en el tiempo de piel.
Y cuando llega a su abismo
la gota ya no existe.
Ni tampoco existe la huella.
Sólo queda la sensación.
De que
por ahí, una vez
pasó.
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